Capítulo VIII: La Boticaria, el secuestro y la Mano Púrpura

Volvimos a Weissbruck junto a Josef, todos bastante tocados tras la trágica muerte de Katya, quien eligió consumirse en las llamas antes que vivir como hereje. La sombra de ese fatídico día aún nos pesa en el alma, pero el deber nos llevó a cumplir la cita pendiente con Elvira, la boticaria de Bogenhafen, a quien habíamos avisado días atrás que abandonara la ciudad por los peligros surgidos tras el llamado “Incidente Almacén 13” y
la aparición del demonio vinculado al Ordo Septenarius.


Al entrar en el bullicioso mercado de Weissbruck, un nuevo edicto nos llamó la atención, clavado con el sello imperial del Cometa de Dos Colas. El decreto, austero e inquebrantable, declaraba ilegal la caza de mutantes a partir de ese momento, un giro desconcertante en un Imperio dominado por el miedo al Caos. ¿Obra de burócratas despistados o algo más siniestro?

En una encantadora casita en Weissbruck, entre el olor a hierbas secas y el leve resplandor de reactivos arcanos, encontramos a Elvira y a su hija adoptiva Lize, una niña tímida de no más de diez años. Su preocupación inmediata era un cargamento perdido de Bloodcaps, un raro y codiciado hongo medicinal de efectos restauradores. “Si no es mucha molestia”, nos suplicó, “¿podrían rastrear y recuperar el cargamento?”. Nos
ofreció dos pociones curativas 1 antes de partir y la segunda a la vuelta, y dos coronas para cada una, suma generosa para tal empresa.

Un cuerpo flotando y un mutante tentaculado...
Un cuerpo flotando y un mutante tentaculado…

Zarpamos río arriba con Josef y no tardamos en encontrar a la ‘Carpa Feliz’, la barcaza mercante que nos comento Elvira, encallada en la rivera del rio y extrañamente silenciosa. Una escena macabra nos aguardaba: Encontramos un cadáver de un humano con varias flechas en la espalda y con la pierna derecha cercenada. La ‘Carpa Feliz’ había sido atacada. Descubrimos que una banda de mutantes eran los culpables de tal atrocidad y por lo menos 3 de ellos estaban aun en la embarcación. Entre ellos un hombre-pájaro de alas membranosas, un corpulento mutante peludo, uno con la cara en forma de pico como un pajaro grotesco y por ultimo surgiendo de las profundidades del rio el ultimo mutante con tentáculos viscosos. Lian, ágil como un espíritu bendecido por Ghyran, se movió con la precisión de un elfo ancestral, derribando con frialdad a varios de ellos. Sin duda, estaba “on fire”.

Mutantes atacan a La Carpa Feliz
Mutantes atacan a La Carpa Feliz

Bajo cubierta, entre la carga derramada encontramos a Renata, una costurera de Gisoreux con grandes pendientes de aro dorado
y ojos cansados, superviviente de la carnicería, que regresaba de la feria anual de Bogenhafen con sus sedas finamente bordadas. Úrsula, siempre pragmática, le ofreció un trago de su petaca con vino de Drakenhof para mitigar el shock.

El botín era considerable: barriles de fruta en almíbar, y las famosas hierbas que elvira esperaba para su negocio de pociones. Mientras asegurábamos la barcaza, apareció una patrulla de la Guardia Fluvial Imperial. Les contamos los hechos, enfatizando que nuestra defensa fue legítima y presentando a Renata como testigo. Aceptaron la versión, nos otorgaron papeles legales para la ‘Carpa Feliz’ a la que rebautizamos como” La Greifenklaw” y reconocieron a Lian como su capitana.

Convencida por Lian, Renata se unió a nuestra tripulación y prometió confeccionar un vestido fardón gris, elegante y sobrio, adecuado para una mujer fuerte y resuelta como ella. Al volver a Weissbruck, la tranquilidad duró poco. La ventana de la casa de Elvira estaba
rota, como una boca abierta de alarma. Lize, temblando, se encontraba en el sótano de la misma entre sollozos y desesperación consiguió decirnos…. “¡Se llevaron a mamá!”, gimió con lágrimas en los ojos. En el suelo, entre muebles volcados, yacía una nota manchada de sangre: “Lleva el cargamento al Granero Rojo o habrá consecuencias.”

Dejamos a Lize junto con su fiel gallina bajo la protección de Renata y acudimos a la Guardia local. Pero su indiferencia era palpable; Solo nos facilitaron la ubicación del Granero Rojo, una vieja construcción agrícola a las afueras del pueblo. El granero se alzaba oscuro y silencioso, su madera vieja crujía bajo nuestros pies.

Entramos por detrás, usando un saliente y la ayuda de ambas para subir. A la débil luz, encontramos a Elvira atada, amordazada y con una contusión profunda en la sien. Su respiración era débil, pero aún viva. Lian, con sentidos afinados, oyó ruidos y derribó una escalera justo cuando un matón intentaba trepar. Justo en el mismo instante Lian lanzo una flecha certera y justo después Úrsula, rápida y fría, lanzó un grueso tomo encuadernado en cuero —“Las Herejías de Slaanesh”— a la cabeza del asaltante. Los demás matones, gracias a la intimidación y la hechicería menor de Lian, conseguimos que los otros dos se rindieran dejando sus dos espadas atrás. Interrogamos al herido. Confesó haber sido contratado por gentes de Altdorf, identificables por pañuelos púrpuras. Úrsula palideció. “¡La Mano Púrpura!”, murmuró con voz temblorosa. Tristemente, el matón murió a causa de la torpe cura de Úrsula antes de que pudiéramos sacar más información.
Atendimos a Elvira lo mejor que pudimos, y al regresar a Weissbruck, el emotivo reencuentro con Lize se desarrolló. Sellamos un pacto: protegeríamos a madre e hija, y a cambio, Elvira nos proveería con 1 poción al mes. Ambas se unieron a nuestro viaje hacia Altdorf, la gran capital imperial, donde creían hallar mayor seguridad. Vendimos la carga recuperada para tener un fondo para pagar los gastos que conllevara mantener la barcaza y su nueva tripulación. Los caminos hacia Altdorf se abrían ante nosotros, pero también las sombras de las intrigas y peligros que acechaban el Imperio.

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