Capítulo 1: DE RATAS Y BRUJOS

El grupo se refugia en «La Diligencia y los Caballos» una posada de madera ajada por los vientos y los años, en el interminable camino hacia Altdorf. La noche, como todo en el Viejo Mundo, está cargada de malas decisiones y peores compañías.

Entre los parroquianos destacan:

  • Ernst, un estudiante de medicina cuyo nerviosismo huele menos a timidez y más a culpabilidad destilada. Dice que tiene un examen en breves y le gustan las calaveras. 
Ernst Heidlemann
Ernst Heidlemann
  • Lady Isolde, una noble con la nariz perpetuamente arrugada en desdén, en tránsito hacia alguna feria matrimonial. Su sirvienta cualquier día lo deja y una guardaespaldas, Kislevita más grande que Katya.
Lady Isolde von Strudeldorf
Lady Isolde von Strudeldorf
Janna Elleiner
Janna Elleiner
Marie
Marie
  • Philippe, un bretoniano con la sonrisa de un tahúr y el descaro de quien confía más en su suerte que en la decencia ajena.
Philippe Descartes
Philippe Descartes
  • Gustav, el posadero, un hombre cuyo amor por las monedas solo rivaliza con su desprecio por los problemas.
Gustav Fondleburger
Gustav Fondleburger
  • Schultz y Günther, cocheros de la Flecha Roja, quienes terminan la noche demasiado borrachos como para recordar sus propios nombres.
Schultz y Günther
Schultz y Günther

Las cosas se precipitan rápidamente hacia el desastre:

  • Katya intenta cazar ratas en la taberna, pero lo único que consigue es derramar una jarra de cerveza sobre un mercader que no comparte su entusiasmo por la caza menor.
  • Tim, en su elemento, roba a Úrsula, despluma a Philippe en las cartas y aligera el monedero de Günther sin que este pueda oponer más resistencia que un susurro borracho.
  • Úrsula, siempre en busca de la sombra del Caos, interroga a Ernst sobre su libro. Él tartamudea sobre tratados médicos, pero sus excusas huelen a mentira como un cadáver abandonado al sol.
  • Lian observa todo desde la distancia, preguntándose si la magia es un don o una maldición cuando la ata al grupo de raritos humanos al que se ha unido. 

Entre las vigas del techo, grazna un cuervo de mala vida: criatura de pico afilado y alma pendenciera, que repite palabras al azar y ensucia los momentos solemnes con inoportunas deposiciones. Gustav está encantado de librarse de él cuando el grupo se ofrece a adoptarlo. Úrsula, quizás en un acto de ironía cósmica, se encariña con el bicho lo apoda Munin y decide adiestrarlo.

El Cuervo Munin
El Cuervo Munin

EL LEGADO DE KASTOR LIEBERUNG

Con el alba y sin remordimientos, los aventureros parten de la posada, arrastrando a los resacosos cocheros como si fueran fardos de trigo. Lian despierta a todo el mundo y se discute con la noble que el carromato se va ya y que se espabile o la dejan en tierra. Finalmente, se marchan y dejan a los pasajeros y cocheros en la primera posada que encuentran de paso y se llevan el carro y sus pertenencias. 

La Diligencia y los Caballos
La Diligencia y los Caballos

En el camino, Lian usa su magia élfica para abrir los baúles robados, sintiendo un subidón de poder que la embriaga momentáneamente y no de buena manera. Los demás, ignorantes de la magia, creen que son extraños rezos élficos.

Entre las pertenencias de Ernst, el estudiante nervioso, descubren un libro y objetos que lo implican como siervo del Caos y practicante de magia oscura. Esto confirma las sospechas de Úrsula.

Durante el viaje, son emboscados por mutantes. El combate es caótico, con el carromato en movimiento y los enemigos atacando desde los matorrales. Al final, los aventureros sobreviven, pero encuentran a un hombre gravemente herido, idéntico a Tim. Entre sus pertenencias hallan una carta dirigida a Kastor Aloisius Liberung, anunciándole que debe presentarse en una fecha y lugar concretos para reclamar una gran herencia. Tim, siempre ambicioso, ve la oportunidad de suplantarlo y hacerse pasar por él.

Un mutante se come a Kastor Lieberung
Un mutante se come a Kastor Lieberung

Más adelante, el grupo llega a un refugio fortificado. Allí fingen ser el séquito de Kastor Aloysius Lieberung quien atacados por mutantes no han tenido más remedio que tomar el carro de la Línea Ratchett.  Úrsula, fiel a su deber, escribe a sus superiores con la frialdad de quien talla una lápida. Su mensaje es claro: Ernst debe arder. La respuesta llega pronto. La caza ha comenzado. Mientras tanto, Munin, en su eterno desafío a la solemnidad, sigue soltando frases inoportunas y observando a los durmientes con un inquietante «tsk tsk».

La noche cae. El destino de los aventureros se teje en la oscuridad. En el Viejo Mundo, las historias nunca terminan bien… solo terminan.


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