Bogenhafen…
Katya se preguntaba por qué el destino la había traído hasta aquí. Una ciudad que huele a todo lo peor que puede ofrecer el imperio, sólo hubiera faltado que algún noble inepto la gobernara.
Desde el entierro del padre de Úrsula y su unión a ese grupo tan peculiar, todo había salido de mal en peor. Su intento por establecerse en Middenheim como cazadora de ratas ya empezó con mal pié, y tuvo que huir con sus nuevas compañeras tras provocar una ebriedad a medio middenheim. En el camino a Altdorf, tuvieron que robar una diligencia, y por poco fueron capturados en la capital, también gracias a un par de jóvenes estudiantes nobles e imbéciles (cierto que todo esto es muy redundante). Otra oportunidad perdida, otra ciudad en la que era mejor no quedarse.
Dentro de lo malo, en el grupo conoció a una alta elfa, Liam. Arrojaba algo de sabiduría en un mundo plagado de ignorantes y cretinos. Aún recordaba su infancia en Bechafen: Esa era la imagen que se hacía de este “Imperio del Hombre”, una nación en la que los que cuidan y se preocupan por los demás mueren, y los que supuestamente deberían defenderlos son corruptos, borrachos, crápulas y sinvergüenzas. Pensaba que era algo sólo de las “autoridades” y los “gobernantes” de Ostenmark, pero pudo comprobar que esa lacra era presente en cualquier rincón del Imperio. La elfa parecía pensar lo mismo, y sentía simpatía por este motivo. No podía decir lo mismo de los demás compañeros. Timmy, un viejo conocido, sólo pensaba en “lo que se le da bien”. No era muy diferente que los gobernantes y las autoridades, simplemente no tenía licencia para extorsionar a sus compatriotas, así que tenía que recurrir a su ingenio. Ursula… últimamente, no sabía si era por el cambio de tono capilar, pero sólo tenía interés por ese maldito cuervo, y se aferraba a un trabajo por el que evidentemente, no valía.
Pero no tenía nadie más con quién contar, y en los líos en los que se metieron, no podía permitirse andar sola. Afortunadamente el bueno de Josef Quartjin le alegraba un poco los días con su inefable buen humor. Aunque su tío adoptivo indirectamente la condujo a la condenación.
Aprovecharon que Josef viajaba hasta Bogenhafen, que había una feria para comerciantes. Y de paso, reclamar una “herencia” de un alter ego idéntico a Timmy. Obviamente, todo esto era una trampa, y solo fue el preludio de una serie de catastróficas desdichas. El caso es que un mal terrible amenazaba la villa. Había un demonio en las profundidades de las cloacas, y lo peor, era obvio que la gente poderosa estaba metida hasta el cuello. El patrón se repetia otra vez. Gobernantes corrompidos y las autoridades, secuaces que les hacían el trabajo sucio o simplemente, ni se enteraban, ni les interesaba enterarse.
Llegó una noche con La Luna malvada enormemente grande y llena. Todo olía a corrupción y a maldad. Katya lo tenía claro, había que largarse lo antes posible. Lo habían intentado todo para avisar a las autoridades y evitar lo que parecía ser un ritual muy turbio, ¿y que obtuvieron? Se rieron de ellos, se les acusaba de matar al señor Magirius, estaban en busca y captura y estaban casi sin un centavo (menos timi, que visiblemente no era de los que «roban para dar a los pobres»). La elfa, la voz de la sabiduría, opinaba lo mismo. Los otros dos… estaban ya muy idos. Para ellos solo importaba el maldito cuervo y robar alguna obra de arte. Entonces, se iría sin ellos, pero no podía dejar a su “Tío Josef”. Katya tenia sentido del honor, y no podía abandonar a una de las pocas personas que la ayudó en sus momentos más difíciles sin pedir nada a cambio.
Dirigiéndose hacia la taberna en la que el bueno de Josef seguramente estaba gozando de buena cerveza y buena comida, ignorando el peligro mortal que se cernía sobre todo, notó un golpe en la cabeza y perdió el conocimiento.
Cuando despertó, sin que fuera una gran sorpresa, se encontró en medio del pentagrama en el que avistaron el demonio, unos días antes, en el sótano de alguna propiedad de la gente pudiente de Bögenhafen. Estaba rodeada de gente encapuchada («gente de bien de la ciudad», no tenía ninguna duda de ello) cantando en un idioma que sonaba a condenación, y frente a ella, el muy honorable señor Teugen, hijo predilecto de esta ciudad nauseabunda. Tenía una daga, y obviamente, ella era parte del ritual.
Uno de los encapuchados presentes tocó una campana. En ese momento, Katya sintió paz. Cómo la serenidad que puede sentir uno al notar la caricia de Morr, y con esa caricia, un descanso y una paz eterna. Tras inspirar profundamente y con calma, lo vio claro. Este ritual la condenaría en el más allá, y con ella se condenaría está ya condenada ciudad. En un instante, repasó su vida en su mente, y pensó en todos los inocentes que murieron en el olvido, sin la protección de los supuestos “defensores” del pueblo. Recordó a la hermana Vyolda y a sus compañeras del orfanato, que fueron asesinados o capturados por las ratas gigantes. Recordó la indiferencia e incluso la mofa de las “autoridades”, y recordó que Liam le comento que los Hombres Rata existían, y que incluso tenían imperios subterráneos.
Quizás su destino no era salvar a la hermana Vyolda y a las huérfanas, sino a otros inocentes. Cuantas huérfanas podían estar viviendo en Bogenhafen, cuantas mujeres de bien que cuidan a los desamparados podían morir… Ellas, desconocidas e inocentes por igual, la llenaron de valor y fuerza. Pudo desatar a los nudos que le ataban las manos, le arrebató la daga al pérfido Teugen, y se la clavó en el cuello. Se esfumó con un gemido esperable de quien busca un poder que no comprende y acaba con el alma abrasada. Tras ello, se dirigió al coro de cultistas y apuñaló a uno de ellos. Mientras otro hacía sonar otra campanada. En este momento, sintió placer. El placer de por fin poder ser ella, una huérfana, cazadora de ratas, la que defendería al pueblo. Como dicen en Kislev: “Zolo el pueblo zalva el Pueblo”. Saboreó cada puñalada clavada a esos “Filántropos” y “ciudadanos modélicos”. Pero parece que algún ser de otra dimensión consiguió abrirse paso igualmente en el pentagrama, pese a que el ritual parecía haber fracasado (quién sabe qué querrían invocar realmente, sólo llegaron «migajas»). Se dirigió hacia el demonio, e intentó clavarle la cuchilla. El ser, tras reírse, desapareció.
Vió a sus compañeros alrededor. Ni vió que estaban allí hasta entonces. También había Kobla, la única del grupo con la que realmente podía contar. Cayó de rodillas. Exhausta, pero satisfecha, y sintiendo una gran paz. Salieron de allí como pudieron por las cloacas.
Irónicamente, los guardias y su capitán no quiso saber nada, sólo les dijo “Largaos de aquí, y que no os vea nunca más”. Nada que pudiera sorprender a Katya. Partieron con Josef, algo resacoso y totalmente inconsciente de todo lo que ocurrió. Al dejar atrás a la villa maldita, un gran pésame la llenó. Al llegar a Weissbruck, convenció, sin ninguna dificultad, a Úrsula para que la entregara al templo de Sigmar como bruja. Su alma estaba manchada por el Caos, y sólo el fuego la podía purificar para que Morr y Sigmar la acojan brazos abiertos.
Cuando quiere, la autoridad es rápida y eficaz. En menos de una hora ya estaba en un poste, encima de una pila de madera que empezaba a prender. Sonó una campanada. Recordó lo que le dijo una vez una vieja vidente sobre su condena. “Suena una vez, paz. Suena dos veces, placer. Suena tres veces, condenación”. Había sido condenada por esas autoridades que nunca defienden a los que lo necesitan, pero ella sabía que su alma ya no estaría condenada. Estaría en paz. Vió a sus tres compañeros. La elfa tenía una mirada desquiciada. Úrsula parecía estar gozando del momento. Timy sólo miraba si alguna moneda salía de los bolsillos de la joven ardiendo. Estaba su perra Kobla, la única que visiblemente estaba triste por su muerte, sintió pena por la perra y le devolvió la mirada, con una pequeña sonrisa e inclinándo la cabeza hacia ella en señal de respeto. Luego miró al resto de la gente presente y espectadores de este espectáculo. Esto era la humanidad… esto era el Imperio… Todos condenados. Tarde o temprano, no habría una heroína anónima como ella que sabotee un ritual y todos serán devorados por los demonios del caos. Se lo merecen. Era mejor dejar este mundo ahora, con el alma pura, la conciencia tranquila, y la esperanza de reunirse con seres queridos que nunca pudo conocer.
Era ajena a las llamas que empezaban a lamerle el cuerpo. Cerró los ojos. Ella estaba agradecida con ella misma. Ella se convirtió en todo lo que le había faltado a lo largo de su vida. Ella era la salvadora que no pudo salvar a sus padres, ni a la hermana Vyolda, ni a sus amigas del orfanato.
Unas últimas lágrimas de serenidad resbalaron por sus mejilla, y prontó, sintió el abrazo de Morr, un abrazo frío y reconfortante, acompañado del murmuro de una voz profunda:
“Gracias Katya”
Deja una respuesta